viernes, 17 de agosto de 2012



Reseña de “Redentores. Ideas y poder en América Latina”

Autor: Enrique Krauze. Editorial Debate, 2011. 583 páginas.

Enrique Krauze divide su trabajo en 3 etapas claramente definidas: primero, una rigurosa introducción al pensamiento americano a partir de la talentosa pluma de Martí, Vasconcelos, Rodó y Mariátegui. En segundo lugar, una profunda descripción de la obra de Octavio Paz. Por último, un pobre análisis de la compleja dinámica posterior, donde no se termina de comprender cuál es el real papel de Evita, el Che Guevara o el Coronel Hugo Chávez en la interrelación entre ideas y política. 

Martí, Vasconcelos y Mariátegui reflejan para Krauze la idea del caudillo coherente en su vocación antiimperialista. Sin embargo, en su construcción de una América Latina que, para ser, debe oponerse a los Estados Unidos, esa coherencia se transforma en un extremismo que puede terminar, como en el caso de Vasconcelos, en una forma de fascismo. En esa misma lógica, el coherente marxismo de Mariátegui se pierde en el intento de construir un antiimperialismo que no encuentra matices y sutilezas.

La biografía de José Enrique Rodó supone una buena introducción para un intelectual devenido político en el comienzo del siglo XX. El “sentimiento trágico de la vida” que expresa Rodó es apenas introducido por Krauze. El melancólico existir de un notable hombre de ideas en una época seminal en el Rio de la Plata es marginalmente mencionado. Sin embargo, Krauze acierta al presentar a Rodó como un pensador clave para entender la dicotomía entre las dos américas que inunda y empobrece al siglo XX americano. Rodó es uno de los primeros en sistematizar aquella mala idea que contrapone éxito individual a fracaso colectivo y que liga solidaridad con la pobreza y falta de solidaridad con la riqueza. Para Rodó, había “ una incompatibilidad esencial entre “nosotros”, modestos pero “espirituales”, y “ellos”, poderosos pero vacíos” (página 239). Esta idea es central para la relación entre Estados Unidos y América Latina en el siglo XX. Sin embargo, a lo largo del libro no se menciona la principal manera de refutar esa superficial oposición “Norte-Sur”: reflejar la ausencia de una América Latina y remarcar la presencia de distintas y a veces opuestas formas de vida en aquellos países que forman una región que, en principio, sólo ha tenido en común alguna forma de sub-desarrollo.

Krauze refleja con notable rigurosidad el periplo existencial e ideológico de Octavio Paz. Particularmente remarcable es su descripción de la aparición de la revista “Plural” en 1971 (“Vuelta” sucede a “Plural” en 1976 y a ésta la sucede en 1999 la notable “Letras Libres” (http://www.letraslibres.com/) ). Es allí donde Paz se encuentra mas incomprendido y solo y el libro profundiza magníficamente en una tragedia existencial personal pero que, a la vez, reflejaba una tragedia conceptual: los intelectuales de la época no comprendían que la crítica al poder y a la revolución realizada desde la izquierda no era una traición sino una necesaria búsqueda de renovarse para no morir. Paz lo comprende en ese momento, cuando era difícil, y Krauze lo describe hoy, cuando es mas sencillo.

Sin embargo, su descripción de la vida e influencia de otros personajes es pobre. Por ejemplo, en ningún momento queda claro por qué el autor reseña al Che Guevara y a Evita, quienes, mas allá de simpatías y antipatías, son personajes menores del pensamiento y la política en la historia contemporánea de América Latina. La relevancia del Che es simbólica. Su larga cabellera y barba, sumado a la épica de su muerte, ha generado y generará devoción en una juventud que busca líderes coherentes para imitar. Sin embargo, el real caudal político y analítico del Che es limitado. Sus escritos y doctrinas son, por lo menos, polémicas y su decisiones militares han sido mediocres. Su muerte ha sido valiente y épica. Pero eso no lo hace menos limitado como líder político e intelectual.

La elección de Evita como personaje relevante de América Latina es aún mas cuestionable. Su influencia política era real pero secundaria. Su capacidad de oratoria era alta pero sus cualidades intelectuales eran muy inferiores a las de Perón. Nuevamente, la muerte a una edad temprana genera en el imaginario colectivo una especie de culpa que algunas sociedades canalizan a través de la invención de virtudes que el personaje no tenía, ni podía tener, en vida. Si bien Evita comparte con Perón una vocación autoritaria que pervive en el movimiento político que aún hoy sigue gobernando Argentina, no queda claro que su autoritarismo sea en si mismo un (dis) valor político lo suficientemente importante para elevarla por encima de un umbral ambiguo, que Krauze pretende articular entre ideas y política. Probablemente allí radique uno de las principales limitaciones del libro: al autor intenta en forma poco sistemática construir una lógica discursiva y cronológica entre la vida intelectual y la vida política, pero muy pocas veces logra hacerlo. Tal vez porque para ello la elección de los personajes no ha sido la adecuada. En ese sentido, quienes mas desentonan son el Che y Evita.

No es claro por qué, en un libro que intenta dilucidar el papel e influencia de determinados caudillos políticos e intelectuales, se encuentra presente Evita y ausente Perón. En todo caso, si la elección buscaba un intelectual argentino influyente en la arena política, el autor debiese haber elegido al genial John William Cooke, un intelectual devenido político, cuyo intercambio epistolar con el Perón exiliado (1955-1972) fue de alto nivel político y conceptual (en 2009 el ex secretario de Derechos Humanos de Argentina, Eduardo Luis Duhalde, compiló las cartas de esa notable correspondencia). Si, en cambio, la necesidad llevaba a buscar un argentino de letras influyente, la presencia del conservador y elitista Borges se hacía necesaria. En la extraña elección de Evita y el Che, Krauze refleja que buscaba ligar la decadencia de América Latina a la izquierda populista y no al populismo autoritario, independientemente fuera éste de derecha o izquierda.

En esta misma lógica no se termina de entender la ausencia de Perón, Vargas y Cárdenas. Los tres hombres representan a los tres “principales” países de la región y han sido claves para entender la construcción de una dinámica política basada en la lógica amigo-enemigo. El populismo ha vuelto a ser en la actualidad una concepción política discutible y contestable, principalmente a partir del programa de investigación del sociólogo argentino Ernesto Laclau (particularmente, ver “Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo, populismo”, Siglo XXI, 1978; “Hegemonía y estrategia socialista”, Fondo de Cultura Económica, 1985; y “La razón populista”, Fondo de Cultura Económica, 2005). Sin embargo, mas allá de su renovado intento de erigirse en una alternativa discursiva y analítica válida, la raíz populista de estos tres líderes posee en la América Latina contemporánea una dimensión autoritaria. Así, es difícil comprender la ausencia de estos tres grandes hombres políticos en un libro que intenta describir parte de un derrotero donde las personas se encuentran por encima de las reglas.

Por otro lado, las descripciones de Vargas llosa y García Márquez son acertadas. Aunque, mas aún en el caso de Vargas llosa, era posible esperar datos y hecho mas relevadores del personaje. Por ejemplo, el recorrido político de Vargas Llosa no es relatado en toda su dimensión. Es que el político Vargas llosa no muere en la derrota de 1990 con Fujimori sino que vive simbólicamente en el realismo mágico del derrotero posterior. Krauze no debió haber pasado la oportunidad de ligar la biografía del autor de “La Fiesta del Chivo” al desarrollo político que llevó al Perú a su última elección presidencial, donde la hija de Fujimori encarnaba un fascismo de derecha que enfrentaba al fascismo de izquierda de Ollanta Humala, quién insólitamente fue apoyado por Vargas llosa en la segunda vuelta electoral. Semejante hito no podía estar ajeno a una biografía que intenta describir el papel de determinados redentores en la compleja realidad de América Latina.

Vargas llosa y García Márquez no son sólo hombres de letras sino hombres políticos. Krauze demuestra que la coherencia de García Márquez es en realidad dogmatismo. Mas aún, demuestra que el dogmatismo de García Márquez devino en servilismo y conveniencia personal. Para Krauze, Gabo no ha sido comunista sino castrista. Así, su castrismo ha limitado su real militancia hasta hacerla casi desaparecer con la lenta agonía de Fidel.

En cambio, el derrotero intelectual de Vargas llosa no es interpretado como una sucesión de inconsistencias sino como un noble reflejo de aquella persona que sabe asumir sus errores y cambiar y, en ese proceso, quedarse sólo. Octavio Paz y Mario Vargas Llosa tienen allí un punto de encuentro. Sin embargo, es claro que el laberinto de la soledad que atraviesan ambos son esencialmente distintos: mientras Paz recorre su laberinto siempre cercano al partido, el PRI, es decir, siempre cercano al Estado, Vargas llosa recorre su solitario laberinto alejado, de alguna forma, del poder. En ese, y en otros sentidos, la coherencia de Vargas llosa asoma como un caso singular en la tortuosa intelectualidad latinoamericana contemporánea. Vargas llosa representa un intelectual comprometido que, aún en su notable incapacidad política-partidaria, ha tenido el coraje de denunciar el neoliberalismo cuanto éste se encontraba acompañado de corrupción y violencia, como efectivamente ha sido el caso del fujimorismo desde el principio.

Al final de cada capítulo el autor detalla la bibliografía utilizada. Es muy amplia y profunda en el caso de Octavio Paz, discreta en Vargas Llosa y García Márquez y pobre en los casos de Evita, el Che Guevara y Hugo Chávez. El historiador Enrique Krauze realiza un original intento. Aspira a interpretar la crisis y decadencia de América Latina en clave de sus principales personajes pero sólo lo logra parcialmente.