La CELAC, América Latina y el misterio
canadiense
América Latina ha tenido históricamente
una difícil relación con los EE.UU.. Por su parte, la política exterior
norteamericana hacia la región ha sido con frecuencia superficial y equivocada.
En parte, ello responde a la notable asimetría entre ambos actores: por un
lado, EE.UU. representa hoy el 22% del PIB mundial mientras que América Latina
representa solo el 11%. Es decir, un solo país es el doble que la suma de 33 países
de la región.
Esta asimetría ha contribuido a
consolidar una percepción: la responsabilidad de nuestro fracaso es
principalmente de los EE.UU. Somos pobres porque otros (ellos) son ricos
y, por ende, la manera de dejar de ser pobres es buscando mecanismos que nos
protejan de la codicia ajena. Consecuentemente, con el liderazgo brasilero la región
ha comenzado a pensar y articular políticas que logren autonomía y mayor poder
relativo. Uno de los mecanismos pensados había sido la Unasur. Bajo el
liderazgo brasilero, esa Unión había sido pensada para unir fuerzas contra un
gigante y lograr autonomía en las decisiones regionales. Así, podemos ver
como algunas relevantes decisiones de política exterior de la región estaban y
están dirigidas a excluir a los EE.UU.
Sin embargo, ahora ha aparecido una
nueva organización, la CELAC, que ha agravado la mala comprensión de nuestras
problemas: insólitamente, ya no solo se trata de excluir explícitamente a
EE.UU. sino también a Canadá. Nuestro problema ya no solo sería el imperialismo
americano sino, ahora, se habría sumado el imperialismo canadiense. Es
necesario marcar cuánto nos ayudaría estudiar la experiencia canadiense para
refutar las falacias sobre nuestro estancamiento. En este sentido, podemos
definirlo como el “misterio canadiense”. ¿En que consistiría este misterio? En
el notable desempeño alcanzado por un país de 34 millones de habitantes que
limita con la economía mas grande del globo que, a su vez, según nuestras profundas
y crecientes creencias, es principal responsable de nuestro sub-desarrollo.
Paso seguido, una próxima reunión de la CELAC podría ser una oportunidad para
dedicarle tiempo a una buena pregunta: ¿Cómo es que un país mediano ha podido
desarrollarse en las mismas garras del Imperio? Mas aún, nuestros dirigentes podrían
preguntarse en qué medida el desempeño de Canadá no refuta la razón de ser de
instituciones como la misma CELAC o Unasur.
La ausencia de Canadá, tanto en lo práctico
como en lo simbólico, solo revela que organizaciones como CELAC o Unasur
aspiran a ser una Unión de países pobres que pretenden, al reflejar sus
pobrezas y carencias, explicitar que la responsabilidad es de otros. En cambio,
si en vez de encerrarnos entre nosotros (o, entre pobres) pudiéramos invitar,
por ejemplo, a países como Canadá, estaríamos evitando a los EE.UU. y
aprendiendo de países exitosos donde la opinión pública también tiene un percepción
muy negativa de los EE.UU.
Así, es posible realizar ambas cosas:
confrontar a los EE.UU. y evitar formar un club de pobres que culpan a los
ricos. Canadá tiene mucho para enseñarle a América Latina en su relación con
los EE.UU. Tal vez, el problema es que la experiencia canadiense no sólo tiene
mucho para enseñarnos sino, mas aún, mucho para refutarnos.
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