Autodeterminación, Islas Georgias y Sándwich del Sur
En el pasado reciente, Malvinas ha sido
una atractiva causa para una dictadura. Hoy, es una atractiva causa para una
democracia de baja intensidad. Mientras los procesos populistas han tenido en
Laclau y sus seguidores sofisticados defensores contemporáneos, el incipiente
proceso autoritario que vive Argentina tiene en Laclau, consecuentemente, una
atractiva coartada para simular un proyecto populista cuando, en realidad, se
consolida un proyecto autoritario.
Ante la creciente agresión del Estado y
gran parte de la sociedad argentina, la pequeña y pacífica comunidad que vive
en Malvinas hace 180 años ha podido en parte defenderse argumentado una
obviedad para todos, salvo para la degradada clase dirigente argentina: en
tanto habitantes de un espacio geográfico por 180 años, son sujetos legítimos
de derecho.
El Reino Unido se ha valido y excusado detrás
de esa legítima demanda de los habitantes de Malvinas. Sin embargo, el derecho a
la autodeterminación corre para Malvinas pero no para las Georgias y Sandwich
del Sur, ya que en éstas no hay, ni ha habido nunca, una comunidad que pueda
definirse como arraigada en el lugar. Paso seguido, Georgias y Sándwich del Sur
aparecen como una oportunidad para que el patético nacionalismo argentino puede
saciar su confusión entre tierra, soberanía y orgullo. Basándose en el
argumento británico sobre la libre determinación de los isleños para discutir
soberanía, la ausencia de habitantes en las Islas Georgias y Sándwich del Sur
haría posible defender el bendito derecho argentino a esa parte del “desgarrado
territorio nacional”.
Por otro lado, sería una buena
oportunidad para encontrar un punto de encuentro entre los dos Estados
involucrados y la comunidad de Malvinas. Al ceder los derechos soberanos sobre
Georgias y Sandwich de Sur, el Reino Unido comenzaría a asumir una inexorable
realidad: los tiempos han cambiado y la Corona ya no es lo que era. Por su parte,
el gobierno argentino podría ocupar un espacio en el atlántico sur y, al
hacerlo, comprendería (si tuviera la suficiente buena fe para ello) que una
cosa es ocupar un lugar inhabitado y otra, diametralmente distinta, es aspirar
a ocupar un lugar donde reside una comunidad, por mas chica que ésta sea y por
mas cerca que ese lugar se encuentre del propio territorio.
Por
último, los habitantes de Malvinas podrían ver en ello una oportunidad para
dejar de ser, al menos por un tiempo, el centro de atención de un gobierno
crecientemente autoritario.
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